Carmen.
No me abandona este sentimiento incómodo de culpabilidad desde que escuché el mensaje que Tita me dejó en el teléfono de la consulta.
Pasé dos semanas preguntándome que habría pasado con mis pacientes Tita y Teo, qué habría surgido del encuentro que yo misma propicié. No se me ocurrió pensar que pasara por ser anodino o desagradable, no, en mi imaginario los veía reconociéndose como almas heridas que necesitaban encontrarse, unirse.
Pero mi burbuja imaginaria se desinfló cuando oí lo que Tita dejó grabado en mi contestador.
El mensaje era para informarme de que acudiría por última vez a mi consulta acompañada de Teo, que mejor dejarnos de tonterías y reconocer que yo había influido en que se conocieran.
Me quedé a cuadros y escuché la grabación varias veces intentando detectar con que actitud vendrán a la consulta.
En su momento pensé que si ellos llegaban a intimar de la forma que fuera, terminarían por descubrir que acudían a la misma psicóloga y que si Teo acudió a lo de Tita, fue por seguir mis indicaciones. Pero convencida de que hacía un bien, no me preocupó.
Mente fría, me digo, está claro que no he cometido ningún delito, pero me cuestiono si éticamente he estado acertada.
¿Habré sobrepasado los límites al dejarme influenciar por mi intuición? Llevo tantos años dedicándome a mi profesión que quizás me he endiosado pensando que mi aprendizaje vital queda por encima de los libros de psicología. Si así es, tendré que ser honesta conmigo misma, con mis pacientes y jubilarme.
Solo se me ocurre que si vienen enfadados por mi intromisión, les pediré disculpas e intentaré que comprendan que mis intenciones eran buenas. Sólo pretendía que coincidieran en un mismo espacio pensando que podía ser positivo para los dos.
Uf, mi discurso mental me suena a excusa barata, yo no soy nadie para actuar de tal manera.
Sencillamente, "la he cagado". Siento vergüenza, me he extralimitado en mis funciones sin tener en cuenta la opinión de mis pacientes.
Si vienen con intención de recriminármelo, me lo merezco. Lo mejor será que se produzca ya la cita y terminar con esta agonía que me mantiene enquistada emocionalmente.
Llegó el día, estoy nerviosa e intento poner la mejor de mis sonrisas cuando los recibo.
Esta vez me toca hablar a mí, les digo con intención de romper el hielo.
-No tenemos nada que hablar, sólo queremos que deduzcas por ti misma lo que ha sucedido.
Tita me extiende una bandeja con galletas y con un gesto me invita a que pruebe una.
Maldita las ganas que tengo de comer en estos momentos, pero por no desairarlos me meto una en la boca.
Y boom, se produjo la explosión. Mis papilas gustativas tuvieron un orgasmo inesperado. ¿Cómo una simple galleta puede convertirse en algo tan exquisito? Eso solo puede significar una cosa, que Tita recuperó su toque mágico. Quizás estuve equivocada los últimos días rumiando los pensamientos negativos que me robaban el sueño.
Debieron percatarse de mi expresión de asombro y Teo me pidió permiso para acercarse a mi cara y olerme. No me pude negar.
-Podía imaginar que olías así.
-¿Me debo preocupar?
-No Carmen, hueles a playa y sé que eres buena persona.
-Me quitan un gran peso de encima, pensé que venían a recriminarme la terapia que consideré oportuna para ustedes...
-Estate tranquila, solo vinimos a decirte que ya no necesitaremos venir de nuevo, estamos bien. Queríamos despedirnos y por supuesto que nos vieras juntos.
No supe reaccionar y decirles que me alegraba de corazón por ellos. Pero bueno, Teo debió olerlo.
Tita dejó la bandeja de galletas en mi mesa antes de salir de mi consulta.
Solo pude hacer una cosa al quedarme sola, introducir en mi boca otra de aquellas delicias que me templaron el corazón.
Fin.
Por una vez y que sin sirva de precedente, un final dulce.
Ohhhh que final tan dulcito, me ha encantado esta historia. Esperando la siguiente 😘😘😘
ResponderEliminarTodos no van a ser finales agridulces. Me alegra que te haya gustado.
ResponderEliminarLa próxima semana otra historia totalmente diferente.
Abrazos Astrid.