Cristóbal y yo olvidábamos hablar durante horas mientras hurgábamos en aquellos papeles que nos llevaban al pasado, pero no era un silencio incómodo. Ni nos dábamos cuenta del tiempo transcurrido hasta que nuestros estómagos rugían. A veces pedíamos una pizza o él improvisaba algún picoteo acompañado de una buena ensalada de tomates de La Aldea, tomateros que formaban parte del negocio familiar. Cogimos la costumbre de, al terminar la jornada laboral, sentarnos en el patio y tomar un par de botellines de cerveza.
Le había cogido cariño a aquel hombre y sentía que era mutuo. Había conseguido que conmigo fuera natural, sin caretas. Me daba la impresión de que no tenía mucha gente cercana, que estaba solo y la idea de que llegáramos a ser amigos me gustaba.
Una de aquellas tardes le pregunté si no le pesaba el apellido.
-Siempre me ha pesado y más ahora que soy el único vivo y se espera de mí que continúe con la saga, que sea el padre del próximo Cristóbal Figueroa.
Una sombra de tristeza pareció atravesarlo y no quise hurgar en la herida.
Al empezar a trabajar con él me había percatado de que nunca había mirado mi generoso pecho y había aprendido pronto que los hombres no podían evitar mirarme el escote tuvieran la edad que tuvieran.
Cristóbal estaba en la treintena y era atractivo, que no tuviera pareja del género femenino era otro elemento de la ecuación que me hacía pensar que era homosexual.
Terminamos antes de lo previsto el conteo de la vieja documentación y Cristóbal fue generoso con mi sueldo. Se lo agradecí invitándolo a cenar, esta vez fuera de aquellas históricas paredes.
Me contó que estaría fuera por un asunto laboral y me sorprendió con una pregunta:
-¿Si fueras una mujer del siglo pasado, dónde esconderías documentación importante?
-Hombre, ayudaría saber a qué documentación te refieres.
-Pues esperaba encontrar entre lo que revisamos unos papeles de los que Antonia me habló antes de morir. Pero la verdad es que no sé si existen o los escondió demasiado bien.
-¿Puedes explicar algo más para hacerme una idea?
-Como sabes, murió con más de 100 años en esta casa. Mis padres solían visitarla a menudo y a mí me gustaba hablar con aquella mujer, aunque a veces lo que me decía parecía no tener sentido. Más de una vez me dijo que si ella fuera un árbol yo sería su tercera rama, que era nuestro secreto. No la entendía, pero ella parecía leer en mi interior mejor que nadie. Me decía que yo era diferente y demasiado sensible, pero que viviera mi vida sin hacer caso a las opiniones ajenas. No sé, creo que supo ver antes que yo mi homosexualidad. Me dijo que cuando ella muriera buscara sus papeles y que en ellos descubriría algo importante. Por supuesto le pregunté por qué tenía que esperar a su muerte, ella dijo que porque el secreto era gordo, pero que una vez muerta con su culo hicieran sopa. Entonces yo no entendía lo que me quería decir y le preguntaba a mis padres, pero ellos decían que la pobre Antonia estaba muy mayor y sufría algún tipo de demencia que la llevaba a decir disparates. Lo creían de verdad, pero a mí siempre me quedó la duda. ¿Y si Antonia dejó por escrito algo importante?
Por favor Gara, te has quedado literalmente con la boca abierta, no pensé que te fueras a escandalizar por decirte que soy gay...
-Eso no tiene la más mínima importancia, además, ya lo sabía. Lo que me ha dejado con la boca abierta es eso de que si ella fuera un árbol tú serías su tercera rama. ¿Te estaría diciendo que ella fue tu bisabuela? Y esa expresión: "una vez muerta con mi culo hagan sopa" lo decía mi abuela, significa que ya nada le va a importar. Y hablando de mi abuela, las mujeres de su generación solían aprovecharlo todo, las cajas de galletas, que solían ser de lata, las convertían en costureros, hasta las cajas alargadas de madera del dulce de membrillo se utilizaban como estuches para lápices y bolígrafos.
-¡Las cajas de puro! Tienes razón en lo de las cajas. Mi bisabuelo se hacía traer directamente de La Habana unos puros que venían en preciosas cajas de madera. Lo recuerdo porque Antonia las coleccionaba, decía que era un pecado tirarlas. A mí solo no se me hubiera ocurrido.
Gara eres una joya, ¿estarías dispuesta a buscar esas cajas? Igual siguen escondidas en algún lado. Yo mañana tengo que salir de viaje, pero confío en tu discreción y en tu buen criterio.
-Cristóbal, eres tan fino hablando...., pero si no me equivoco me estás tratando como a una amiga y no como a una empleada, además, ¿cómo voy a decirte qué no con lo que me gusta una buena historia?
Mañana mismo empiezo.
Continuará.
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