Parece mentira, pero ya han pasado 5 años desde que comencé a trabajar y a construir la familia que siempre he querido.
De pequeño siempre envidié a los otros niños que hablaban de sus abuelos. Yo no llegué a conocer a los míos y de haber podido, hubiera cambiado a los padres que me tocaron en suerte, aunque suerte no me parezca la palabra más adecuada en este caso.
¿Han sido malos padres? Teóricamente no, pero desde que tuve uso de razón me resultaron cargantes. De jóvenes no se preocuparon en mejorar su futuro y como si esta realidad les pesara, intentaron desquitarse preocupándose por el mío.
Tienes que estudiar, no debes conformarte con cualquier cosa, hemos renunciado durante años a cualquier capricho por reunir dinero para tu formación.... Esa cantinela por repetida, se convirtió en algo hueco que perdió su significado.
En mi adolescencia los llegué a odiar y me refugié en mi habitación delante de un ordenador por no seguir escuchándolos, pero en cuando podían volvían a la carga: no es normal que pases tanto tiempo ahí metido, debes hacer amistades, conocer chicas, a no ser que seas homosexual, pero sea cual sea tu tendencia sexual vas a contar con nosotros siempre, bla, bla, bla.
No me molesté en aclararles que soy heterosexual y que la gente de mi edad me aburre. Si eso me convierte en una persona asocial, vale, lo soy.
Me bastaba con conectarme a internet y encontrar cualquier cosa que me interesara, cierto es que si quieres ser cirujano no vas a conseguirlo usando tan solo una pantalla, pero salvo casos excepcionales, todo lo puedes aprender a través de la red.
Cuando cumplí los 15 años me prometí que desde que pudiera me piraría para vivir solo, tenía tiempo de sobra para indagar acerca de un trabajo que me lo permitiera y vivir al fin como siempre quise, con otra familia que me apreciara pero sin estar dando por saco con sus consejos manidos.
Como siempre internet fue mi mejor aliado y encontré el plan perfecto, aunque no pudo ser hasta cumplidos los 20 años.
Descubrí una oferta de trabajo que me pareció perfecta. Se necesitaba a alguien para trabajar en una "finca" y que se ocupara del mantenimiento técnico de las viviendas que la componían. La letra pequeña fue lo que más me interesó, pues se precisaba que la persona viviera en el mismo edifico y tuviera disponibilidad más allá del típico horario de 8 horas.
Nunca supe por qué le llamaban "la finca", en realidad se trataba de un edificio de cuatro viviendas repartidas en dos plantas, habitadas por propietarios que, cansados de gamberradas en el portal y temiendo que fuera a mayores, decidieron aportar el dinero para pagar un sueldo a la persona adecuada que esperaban encontrar.
Supuse que los habitantes de las viviendas sería gente mayor y con dinero.
Perfecto, me dije y conseguí una primera entrevista.
Estuve "bicheando" en internet y por el año de la construcción, me pude hacer una idea del mantenimiento del edificio. Memoricé algunos términos que me hiciera parecer entendido en tales materias y con mi mejor corte de pelo e impecablemente vestido, acudí a "la finca".
Me recibieron todos l@s propietari@s en la casa de doña Soledad, que tenía entonces 70 años y vivía sola, luego estaban el matrimonio formado por don José y doña Rosa, aproximadamente de la misma edad y por último don Genaro, un militar de alto rango retirado décadas atrás. Resumiendo, eran, como había imaginado, gente mayor y con pasta. Quedaba un piso vacío, me dijeron, pero los herederos no necesitaban el dinero y no lo habían vendido.
Me explicaron que básicamente buscaban a alguien que se ocupara del mantenimiento técnico y de velar por que no entrara "la juventud perdida que hacía sus necesidades dentro del portar y se dedicaba a drogarse y a hacer guarradas".
A dónde vamos a llegar, esta juventud está perdida, les dije y eso mismo, mi juventud, fue lo que en principio les extrañó como demandante del empleo.
Fui extremadamente educado utilizando el señor y señora que esperaban y me inventé que mi padre había ejercido durante años como jefe de mantenimiento de una gran empresa y que desde pequeño me había enseñado a ser un manitas.
No, no tengo novia de momento, hice por formación profesional un grado que me cualifica para este trabajo y estoy estudiando a distancia Historia, ni bebo ni fumo y no me importa estar disponible si se tupe algún bajante o salta la palanca de la luz a la hora que sea.
Fueron sinceros y me dijeron que tenían un par de entrevistas más y que fuera lo que fuera, me avisarían.
Al despedirme agradecí a doña Soledad las galletas que nos había ofrecido: Se nota que son caseras, me recuerdan a las que mi abuela me hacía de pequeño.
Por la mirada que me regaló, supe que la tenía en el bote.
Sólo tenía que esperar la llamada, que con suerte, me permitiría vivir como quería.
Continuará.
Este primer capítulo me ha dado buenas vibras y creo que en " la finca" van a ocurrir cosas interesantes. A ver qué pasa... Un abrazote amiga mía.
ResponderEliminarSí, cosas van a pasar. ¿Serán buenas o malas?
ResponderEliminarSigue leyendo amiga.
Besos Astrid.