Volvieron a citarme para una nueva entrevista y fueron sinceros: habían hablado con varios candidatos pero ninguno estaba dispuesto a vivir en el inmueble y a comprometerse con la disponibilidad horaria que buscaban.
Yo les había causado buena impresión, pero pensaban que mi juventud jugaba en mi contra. Suponían que como era normal por mi edad, tendría una intensa vida social que dificultaría los deberes intrínsecos de aquel trabajo.
Les aseguré que en ese sentido no tendrían problemas, pues estaba centrado en sacar mi carrera y al cursarla online, cualquier tiempo que tuviera libre lo dedicaría a mis estudios. Les conté que tenía una escasa vida social y que mis padres se habían trasladado a vivir a Canarias, así que pocas distracciones tendría.
Dijeron que lo pensarían y que me volverían a llamar. Vale, me dije, a la tercera va la vencida y así fue.
Como seguían teniendo sus dudas, me ofrecieron un contrato de prueba de 3 meses, el sueldo sería el estipulado por ley y me mostraron la que sería mi casa si aceptaba. Según se entraba al portal un pequeño piso que contaba con baño, cocina y una sola habitación. Todo me pareció perfecto.
A mis padres les dije que me iba a Lanzarote a trabajar y que no se preocuparan si no llamaba de seguido. Así me los quitaba de encima porque me sobraban, les tenía manía.
La primera semana fue como esperaba, me ocupaba de que el portal estuviera limpio, les entregaba en mano la correspondencia, sacaba la basura, les subía la compra, les apretaba algún chorro que goteaba, cambiaba algún bombillo mientras discretamente aprovechaba para ir conociéndolos.
Doña Soledad me llamaba Alvarito y yo se lo permitía. Siempre tenía algo que hacer en su casa y yo gustoso me prestaba. Como me negué a aceptar propinas, me recompensaba con sus galletas caseras. Era la abuela que siempre quise tener.
Luego estaba don Genaro, que aunque jubilado hacía tiempo, parecía seguir viviendo en un cuartel con sus horarios y rutinas. Salía a primera hora a comprar la prensa perfectamente vestido y con su porte militar. Me ofrecí a comprarle sus periódicos, pero le gustaba pasear temprano. Me pidió que le reparara el telefonillo de su casa y no tuve ni que mirar en internet, un cable suelto y solucionado, pero simulé que era más complicado mientras me contaba sus cosas. Era un hombre enérgico, con principios. Me gustaba su determinación y secretamente lo adopté. Ya tenía lo que nunca tuve, abuela y abuelo.
El matrimonio formado por doña Rosa y don José también me gustó. El había sufrido un ictus años atrás y el lado derecho le había quedado afectado, su mujer para que hiciera ejercicio lo enseñó a hacer ganchillo. Me ganó cuando me dijo que la casa donde yo vivía era fría y que si me parecía bien me haría una bufanda.
Yo que siempre eché de menos tener abuelos, de repente me vi con cuatro. Genial, iba consiguiendo la familia elegida que yo quería, no impuesta, como los pesados de mis padres. Me faltaba la mujer, un hijo o hija para que todo fuera perfecto. Tenía un buen pálpito al respecto, llegaría.
Quería ganarme a mi nueva familia y tocaba mover ficha para hacerme imprescindible, así que puse en marcha el plan que había ideado.
Una madrugada desde el exterior alteré la cerradura de entrada al portal, me estampé a propósito la nariz contra el canto de una puerta, dolió claro, pero los detalles eran importantes. Salí y con una patada conseguí forzar la puerta que ya había preparado. Ya dentro comencé a gritar desaforado, tenían que oírme los abuelos. Y como había imaginado salieron a ver que estaba sucediendo.
Con mi nariz sangrando les conté que había oído ruidos y al salir a ver que pasaba me encontré con un tipo que comenzaba a subir las escaleras. Me abalancé sobre él y al verse sorprendido me había soltado un codazo en la cara y había huido corriendo.
Dejé que don Genaro tomara el control, llamó a la policía mientras me puso frío sobre la nariz insistiendo en que podría tenerla partida y que debería verme un médico, pero yo dije que hasta que la policía no llegara no los iba a dejar solos por si el presunto delincuente volvía.
A la policía les solté el mismo cuento, añadiendo que poco podía aportar sobre el asaltante, ya que todo había sucedido muy rápido, solo que el tipo era bastante corpulento e iba con un pasamontañas y guantes. Ellos dedujeron que podía ser la misma persona que estaba asaltando viviendas habitadas por personas mayores, era muy violento y ya había mandado a varios ancianos al hospital. Dijeron que suerte habíamos tenido al estar yo viviendo en el inmueble.
Lo que vino después fue puro trámite: la radiografía que confirmó que me había roto la nariz, la denuncia formal en comisaría y mi insistencia en que había que cambia la cerradura por otra más resistente.
Mis "abuelos" tenían el miedo metido en el cuerpo y yo estaba seguro de que mi período de prueba laboral se había convertido en un mero formalismo. Y aunque insistieron, me negué a estar de baja, con la medicación que me habían recetado podría estar operativo, no los iba a dejar tirados. Se preocuparon sinceramente por mi salud y me repetían lo agradecidos que estaban conmigo al haberlos librado de una salvajada.
Perfecto, los tenía donde quería, tocaba dar otro paso más. Estaba preparado.
Continuará.
Fuerte mentirosillo!! Las mentiras tienen las patas cortas a ver qué sucede ..un abrazo amiga
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