jueves, 16 de enero de 2025

Madres. Capítulo 5.

 Podría definir ese verano con una sola palabra: tristeza. 
La ausencia de mi madre llegó a ser algo físico, como al amputado que le cortan una extremidad y sigue sintiendo dolor. Por fortuna Lucía y Sergio no me soltaron de la mano.
No quise dejar la casa familiar aunque el techo se me cayera encima  y Sergio comenzó a pasar alguna noche en mi casa por hacerme compañía. Primero llegó el cepillo de dientes, luego su neceser... No tardamos en vivir juntos.
El horizonte profesional estaba a la vuelta de la esquina, la informática cada vez cobraba más importancia y a las personas que recién habíamos terminado la carrera nos demandaban como a los nuevos gurús en el mundo laboral.
Sergio había sido el primero de nuestra promoción, se lo rifaban y pudo elegir. Comenzó a trabajar en una empresa importante de publicidad. Yo no terminé mi ingeniería con las notas de Sergio, pero estaba entre los diez mejores. Aunque había un "pero", yo era mujer. No me llovieron las ofertas como a mi pareja, él con buen criterio me dijo que no tardarían en llamarme de algún organismo público, de alguna manera estaban obligados a dar ejemplo con el tema de la igualdad. Y que aunque el trabajo allí fuera más reglado y monótono, engordaría mi curriculum, sería el trampolín necesario para poder elegir en un futuro cercano.
Y no se equivocó, me contrataron para trabajar en Hacienda. 
En un principio tendría que hacer el trabajo presencialmente, pero las condiciones eran buenas: buen sueldo y trabajo de lunes a viernes en horario de oficina.
Tendría mucho curro para empezar, necesitaban programas nuevos y eso llevaría su tiempo, también debía ocuparme de todos los ordenadores, que no eran pocos, cuando se presentara algún contratiempo. 
El trabajo no me asustaba y me iba a venir bien tener la mente ocupada para levantar mi estado anímico. 
Cuando me presenté como la nueva informática, noté que algun@s se sorprendieron al encontrarse con una mujer, pero a eso ya me había acostumbrado durante la carrera. De alguna manera me sentía orgullosa de poder romper con los estereotipos de géneros.
En aquella delegación había más hombres que mujeres, y poco a poco fue cogiendo el pulso al nuevo trabajo, ignorando las miradas masculinas que me desnudaban con la mirada.
Pero había un jefe de sección, un tal Nicolás que me ponía nerviosa. Las chicas, con las que había cogido más confianza, ya me habían advertido. Era el típico guaperas que se lo tiene creído y pensaba que todas debíamos besar el suelo por donde pisaba. Se pavoneaba presumiendo de sus conquistas, donde pongo el ojo pongo la bala, solía decir. Se insinuaba a las compañeras de una forma muy desagradable, no llegaba al acoso directo, tonto no era, pero como por causalidad se rozaba más de lo debido cuando veía la ocasión.
Una mañana, llevaría trabajando allí alrededor de tres meses, coincidí con él en una oficina donde solo estábamos los dos. 
-Rubia, me dijo, ¿sabes qué estás muy buena? Comenzó a sobarse la bragueta y estiró un brazo para tocarme el pelo. Salté hacia atrás y con asco lo increpé: Mi nombres es Raquel, y si te atreves a tocarme un solo pelo, aparte de ponerme a gritar como una posesa para que todo el mundo se entere, te meto una denuncia por acoso.
-¿Tienes pruebas? 
-No, pero tengo los ovarios bien puestos y te juro que lo vas a pagar caro.
Esa noche en mi casa estuve hasta las tantas preparando una sorpresa para el mierda de Nicolás, le iba a quitar las ganas de seguir siendo un acosador encubierto. 

Continuará. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario