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Se dice que la venganza se sirve en plato frío, pero yo quería que el asqueroso de Nicolás supiera que le podía amargar la vida con mis conocimientos informáticos y que sabría borrar mis huellas. Quería que supiera que había sido yo.
Al día siguiente del desagradable episodio con el susodicho, llegué antes al trabajo y me "entretuve" con su ordenador.
Cuando él lo encendió, se encontró con un vídeo porno que en bucle mostraba a dos hombres manteniendo sexo. Había programado además, un sonido, un "bip", que iba subiendo de volumen según pasaban los minutos.
Vi como encendió su ordenador y como le cambiaba la cara; intentó apagarlo, pero el regalito que le había instalado no se lo permitía. Me llamó encolerizado.
-Quita esta mierda ya, seguro que has sido tú.
-¿Puedes demostrarlo?
Mientras, el incómodo "bip" había alertado a otr@s compañer@s que se acercaron extrañad@s, uno de los jefes viendo el panorama me pidió que hiciera cuanto antes lo que fuera para que por lo menos el pitido cesara.
Por supuesto me hubiera bastado con pulsar un par de teclas para deshacer aquello, pero me tomé mi tiempo. Lo estaba disfrutando.
Después de "solucionarlo", el jefe nos llamó a su despacho a Nicolás y a mí. Quería saber qué había sucedido, le dije que el ordenador de Nicolás había sufrido un ataque, un virus troyano que solía aparecer cuando el usuario se "mete para ver páginas porno". Éste juró y perjuró que nunca había utilizado ese ordenador para otra cosa que no fuera del trabajo. El jefe me preguntó si había forma de saber si eso era cierto.
-Por supuesto, indiqué, mientras la cara de Nicolás iba cambiando del rojo al blanco.
El jefe me pidió que cuando terminara lo más gordo de la programación que tenía pendiente, mirara todos los ordenadores para constatar que se usaban para exclusivamente temas laborales y que ya luego tomaría las medidas oportunas.
No hizo falta, a la semana Nicolás pidió traslado para otra delegación aduciendo no sé qué milonga y el jefe, con tanto trabajo pendiente, dejó correr el tema.
Después de eso mis compañeros masculinos me empezaron a mirar con más respeto. Nadie lo podía probar, pero corría el rumor de que yo había sido la causante del episodio porno en el ordenador del cabrón de Nicolás. A mí poco me importaba, no había forma de probar nada, sabía lo que me hacía, pero las compañeras empezaron a incluirme más en su círculo. Desayunábamos juntas y fui cogiendo más confianza con ellas.
En aquellas conversaciones una de ellas dijo que había congelado sus óvulos en un centro especializado de fertilidad. Su explicación, que algunas mujeres al incorporarse al mundo laboral con las mismas expectativas que los hombres, se veían obligadas a retrasar la edad para ser madres.
Era cierto, cada vez sabía de más mujeres que se quedaban embarazadas rozando los cuarenta.
A mí ni me parecía bien ni mal, que cada una decidiera en ese aspecto.
Seguía teniendo claro que no quería ser madre, pero me seguía doliendo no darle a Sergio lo que quería.
No existía un término medio, o elegía darle a Sergio lo que deseaba o lo perdía.
No era fácil, no.
Continuará.
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