Después de mi pequeño accidente, los padres de Adamma y los míos comenzaron a frecuentarse. El padre, al igual que el mío era melómano y por su cargo recibía muchas invitaciones, cuando alguna era para algún concierto de música clásica la compartía con mi padre y los dos tan contentos. Las madres también congeniaron y se veían cuando tenían un rato libre.
A mí aquella familia me parecía exótica, con otra cultura, otras costumbres... Cuando podía pegaba la oreja, todo lo que tuviera que ver con la vida de Adamma me interesaba, así supe que habían aceptado el consulado en España porque era por un tiempo ilimitado, querían evitarle a su hija viajar constantemente y que tuviera otro arraigo más allá del familiar. Según la madre, su hija pronto entraría en una "edad difícil" y querían que tuviera amistades, un país de referencia, una estabilidad. Comprendí que en el fondo todas las familias son iguales y que lo que importa es lo importante. Yo me entiendo.
Pedrín, como no podía ser de otra manera, pasó a ser otro integrante de las nuevas amistades, sobre todo de la madre de Adamma. Ella se hacía traer de su país las telas coloridas con las que le hacían sus vestidos y cuando supo que Pedrín era tan bueno con la aguja, le pidió que le confeccionara un conjunto de blusa y falda para una recepción que tenía en breve.
Una tarde me los encontré en la rebotica, Pedrín con su cinta métrica apuntaba en su libretita las medidas. Cuando a los pocos días le entregó el encargo, volví a preguntarme de donde sacaba el tiempo aquel hombre para hacer tantas cosas. La madre de Adamma quedó encantada y en un aparte Pedrín me dijo que le encantaba coser para aquel cuerpo de mujer que se salía de los cánones estéticos establecidos.
-Mira Marcos, yo no sé lo que tienen esas mujeres africanas, que con un culo tan grande y unas "costuras" tan anchas, cuando las ves caminar parece que levitan, son la elegancia personificada. Yo no sabía mucho de mujeres, pero le tuve que dar la razón al bueno de Pedrín.
Adamma a menudo me miraba la ceja partida pasando el dedo sobre ella y volvía a pedirme perdón. Yo sin poder evitarlo, ardía por dentro.
Cuando Celeste y Adamma terminaron el primer año de violín, Adamma no quiso seguir en el conservatorio, no iba con ella, -dijo- quería hacer algo diferente. Aquello fue una catástrofe para mí, primero porque demostraba que ella era una persona variable, y segundo, porque me temí que al no estar juntas en el conservatorio se iría despegando de mi hermana y yo dejaría de verla. Se me encendieron todas las alarmas, pero por suerte me equivoqué con lo segundo, las dos siguieron siendo inseparables, lo que me permitió seguir adorándola en secreto.
Con el paso del tiempo Adamma cambiaba de actividad cada dos por tres: baile, deporte, clases de pintura... Yo no la comprendía, una cosa te gusta o no gusta, punto. Descubrí cosas de ella que no me hicieron gracia, como su desorden y su impuntualidad.
Pero aunque físicamente yo luciera una cicatriz en la cara, otra invisible, me decía que yo no sabía no quererla.
Continuará.
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