jueves, 10 de abril de 2025

Plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro. Capítulo 10.

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 Desperté en el hospital y a la primera que vi -con el ojo derecho- fue a Celeste llorando. Me estoy muriendo, pensé, mira por donde va a resultar que algo me quiere, percibí la preocupación en los rostros de mis padres y de Pedrín, nada, que me estoy muriendo, me volví a repetir.
Mi madre me preguntó si me acordaba de lo que me había pasado, le dije que sí, aunque no sabía como había llegado al hospital. Me explicó lo de mi ceja y que me harían pruebas para descartar la conmoción cerebral, pero que recordara lo sucedido era buena señal. También me dijo lo de los puntos en la ceja y que era normal que la zona estuviera tan inflamada y el ojo prácticamente cerrado.
Añadió que fuera estaba Adamma con sus padres que habían acudido al hospital.
Adamma no, me dije, que vergüenza que me vea con la pinta que debo tener, pero mis acompañantes salieron para que entraran los otros visitantes.
Hasta ese día los padres de Adamma solo conocían a Celeste y mis padres agradecieron que hubieran acudido para interesarse por mí. Desde ese día no dejaron de verse, entablaron una buena amistad. Pero me estoy adelantando, sigo con la secuencia cronológica.
Adamma también estaba llorosa y me abrazó pidiéndome perdón. Estoy muerto y en el cielo, -seguí con mi soliloquio- pero al intentar incorporarme el dolor de cabeza y de mi ceja me dijeron que seguía vivo. Sus padres se presentaron y la madre también pidió perdón: lo siento, no he sido capaz de quitarle a mi hija la mala costumbre de dejar los zapatos de cualquier manera, perdónanos por favor.
Si les contesté algo no me acuerdo, tan aturdido estaba con tantas atenciones.  Me refugié en el recuerdo del abrazo de Adamma, dando por bueno el tremendo trompazo que me metí.
Al día siguiente me dieron el alta, por suerte todo estaba bien, bueno, bien bien... la cicatriz que me quedó me partió por la mitad la ceja izquierda; aquello me traumatizó, rompía la normalidad de mi rostro y como habré dicho más de una vez, a mí todo lo que se salía de lo normal me mortificaba. 
Después de aquello Adamma estuvo más pendiente de mí, y cuando mi querida hermana me decía cara cortada ella me defendía. Pero la impresión que me daba es que me miraba como si fuera su hermano pequeño. 
En el colegio las niñas me decían que la cicatriz me hacía más interesante, pero a mí me daba igual si no le interesaba a quién yo quería interesar. 

Continuará.


 


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