jueves, 22 de mayo de 2025

Plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro. Capítulo 21.

 Llegué a mi casa esperando que Tere estuviera dormida, quería olvidar mis sentimientos como un avestruz, enterrando la cabeza. Me acosté intentando no hacer ruido, pero mi mujer encendió la luz y me miró.
-No me mantienes la mirada Marcos, y sabiendo la respuesta no te voy a preguntar si pasó algo con Adamma. Te conozco y sé que tenías esa espinita adolescente sin quitar, pero te lo advierto, si vuelves a tener algo con ella yo misma te hago las maletas. 
No dije nada, ¿para qué? 
Me recriminé mil veces aquella infidelidad, Tere no se lo merecía y yo quería la vida estructurada que habíamos planeado. Necesitaba la rutina del día a día para no pensar, para no sentir...
Mi hija Patricia nació en la fecha prevista, lo cual me pareció un buen augurio.
Mis padres, Celeste y Pedrín acudieron al hospital para conocerla y mis padres asombrados dijeron que era idéntica a Celeste cuando nació. Mi hermana me dijo: "toma, ¿no querías sopa? pues ahí tienes dos platos. Te vas a acordar de mí todos los días cuando la mires.
No sé lo tomé en cuenta, se le notaba que estaba contenta con su nuevo papel de tía. Mientras mi Patricia no heredara el carácter abrupto de su tía no era negativo que se le pareciera físicamente. 
A la semana Adamma vino con sus padres a mi casa para conocer a la niña y Tere actuó como si no hubiera pasado nada. Somos adultos, me dije, lo mejor es aparentar normalidad. Cuando se fueron tuve que ir al baño a vomitar. 
Patricia se convirtió en la protagonista estrella de toda la familia, y sí, cada día se parecía más físicamente a su tía, aunque por suerte tenía buen carácter.
Los cinco años siguientes pasaron como la seda. Patricia crecía sana, mis padres y Pedrín seguían enredados con sus cosas y tan a gusto, Celeste viajaba a menudo, como ella decía, nadie es profeta en su tierra y se estaba abriendo un hueco en el mundo de la dirección de orquesta. Sabía que le quedaba mucho camino por recorrer por el simple hecho de ser mujer, y decidió que costara lo que costara lo conseguiría. Compaginar su empeño con la maternidad no le pareció compatible, pero como dice el refrán,  a quién dios no le da hijos el diablo le da sobrinos y adoraba a la niña. Siendo justos debo decir que a mi hija le encantaba estar con ella.
Adamma triunfó como fotógrafa, se la rifaban las revistas de mayor prestigio y consiguió no "casarse" con ninguna colaborando con las que le interesaban. Su nombre crecía como la espuma, incluso en otros países. Era inevitable que nos viéramos en algún encuentro familiar y siempre estábamos invitados a sus exposiciones. Cuando coincidíamos donde fuera, actuábamos como dos amigos que conservan el cariño después de tantos años de amistad. Que a mí me temblaran las piernas cuando compartía el mismo espacio que ella, para mí se quedaba. 
Y mi relación con Tere era lineal, predecible, cómoda, de las que duran toda la vida.

Continuará. 

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