jueves, 29 de mayo de 2025

Plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro. Capítulo 23 y último.

 Lo primero que le pregunté a Tere es que si había otro hombre. La creí cuando me respondió que no.
Ahora mirando aquella etapa me doy cuenta de que fue generosa conmigo. Podía haberme dejado de la noche a la mañana, pero quiso que yo comprendiera y aceptara su decisión. 
Un año, un año tardé en darme cuenta de que deberíamos seguir líneas separadas. Separadas y paralelas, éramos familia.
Tuve que convivir con un batiburrillo contradictorio de sentimientos, pero no podía cambiar los hechos.
En el fondo no se me desgarró el corazón por un desamor, nosotros no nos habíamos querido de esa manera. Lo que sí me produjo desasosiego fue la fractura en el esquema organizado de mi vida.
Y seguí caminando, no quedaba otra.
Mis padres se jubilaron justo cuando mi hija Patricia terminó sus estudios y me ofrecieron que llevara su farmacia con  ella. Por supuesto aceptamos, a mí me venía bien despegarme laboralmente de Tere y Patricia estaba deseando empezar. Pedrín a pesar de tener sus años seguía con ganas y por supuesto siguió en el negocio familiar.
Mis padres pasaban cada vez más tiempo en la casa de campo de Pedrín, eran felices plantando, regando, recolectando.... Celeste seguía peleando por ser reconocida como una buena directora de orquesta; Tere se había mudado y seguía con la farmacia del centro comercial. Supimos mantener una buena relación y pongo la mano en el fuego a que continuará así. 
Adamma había tenido varias relaciones que no cuajaron y en lo laboral estaba en lo más alto.
En cuanto a mí qué decir... que seguí con mis manías y  mis cosas.  
Mis estructuras mentales no van a cambiar, pero aquí estoy, escribiendo un libro aunque en su día mi querida hermana dijera que nunca tendría nada interesante que contar. 
Y sí, cierro este capítulo, este libro, con una lección que vino de la mano del querido Pedrín.
Siendo adolescente rompí sin querer un recipiente antiguo que mis padres tenían en la farmacia y Pedrín lo pegó, según él podía hacer dos cosas, tirarlo si al verlo me recordaba la pena que sentí al romperlo, o saber ver en aquellos costurones la belleza imperfecta que perduraba.  Yo le pedí que lo tirara, y hace unos días apareció con él en las manos.
-Mira Marcos, lo he guardado todos estos años, no me atreví a tirarlo porque para mí es precioso.
Ahora que están al frente de la farmacia te lo devuelvo. Ya verás que haces con él.
No necesitó decir más, entendí la lección.
Yo soy ese bote o frasco, con mis cicatrices y costurones, con mis imperfecciones, pero soy y me acepto.  Quién me sepa ver, obviará mis manías y mi necesidad del orden. Ahora lo comprendo,  detrás de todo eso hay una persona que vale la pena aunque no tenga una gran historia que contar.
Pero es mi historia.
Me queda pendiente hablar con Adamma y decirle lo que siempre he sentido por ella. Hasta ahora no me he atrevido, pero voy a dar el paso. Si me rechaza será otra cicatriz, una más, pero no me romperé, 
será otra que me haga ver la perfección en la imperfección.
Quién sabe, igual pasan cosas dignas de ser contadas en otro libro.

Fin.





1 comentario:

  1. Bueno al menos han decidido Vivir que no es poco, gracias por estas historias que me encantan. Un abrazo enorme 😘🤗

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