jueves, 8 de mayo de 2025

Plantar un árbol, tener un hijo, escribir un libro. Capítulo 18.

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Mientras esperábamos a que abriera el nuevo centro comercial, Tere fue haciendo su rodaje en la farmacia de mis padres. Yo lo había mamado, así que siendo prácticos me ocupé de hacer los pedidos pertinentes y de ir amueblando la farmacia que estábamos deseando estrenar. Pedrín me facilitó aquel trabajo, con su experiencia y su saber estar en todo, logró que no se escapara ningún detalle, conociéndome bien sabía que no podía quedar ningún cabo sin atar. Nos regaló las batas con nuestros nombre perfectamente bordados, un detallazo después de todo lo que nos había ayudado.
La nueva farmacia tenía mucha luz, con muebles específicos para tener perfectamente organizados y localizados los medicamentos. A Tere y a mí nos gustó aquel orden perfecto y comenzamos nuestra nueva andadura laboral.
Nos iba bien, pero yo sentía como que me faltaba algo; la farmacia de mis padres era de barrio y conocíamos a nuestros clientes por su nombre, no solo le dispensábamos una caja de pastillas, era otro tipo de relación personal que no se daba en una farmacia dentro de un centro comercial, donde normalmente la gente de paso era la que entraba a comprar lo que fuera.  
También extrañaba el trasiego en el negocio de mis padres, la trastienda que fue mi guardería y luego mi lugar de estudios.... hasta eché de menos a Celeste con sus entradas y salidas explosivas. 
Se lo comenté a Tere y lo comprendió aunque no lo hubiera vivido, y sacó el lado positivo: estábamos en un centro comercial y podíamos aprovechar para turnarnos y salir de allí con lo que necesitáramos, desde comida hasta ropa, cualquier cosa vendible lo teníamos a mano. Había que sacar el lado positivo y ese tiempo que nos ahorrábamos era un tesoro.
Pasó el primer año como un suspiro y nos iba bien. La convivencia con Tere era agradable, estable, predecible, lo cual según nuestro punto de vista era positivo. 
Mis padres seguían al pie del cañón y Pedrín siguió siendo el apoyo incondicional que nunca faltaba. Celeste llevaba un tiempo viviendo con su pareja, un violinista que sabía convivir con su carácter sin morir en el intento. Ella seguía con su sueño de ser directora de orquesta y a base de pelearse con altas instancias dentro de su mundo, consiguió que le permitieran dirigir en algunos pequeños auditorios. Verla era un espectáculo, tenía un don para transmitir con su batuta, era todo nervio, energía... Había nacido para aquello y con el paso del tiempo viendo que no se le abrían otras puertas, comenzó su discurso reivindicativo en los medios que la quisieron escuchar y que se hicieron eco de su lucha.  Tiempo al tiempo se decía, yo me veré en un gran auditorio dirigiendo o le meto fuego al planeta. Capaz era.
Adamma se pasó un día por la farmacia, quiero hablar contigo, me dijo, mientras Tere disimuladamente pegaba la oreja.
-Marcos, quiero presentar una fotografía  a un concurso y como sé que es buena y que puedo ganar te pido permiso. ¿Te acuerdas de aquella qué te hice hace mil años y sales de perfil con tu ceja en primer plano? Pues esa.
Yo recordaba perfectamente aquella foto, mi cicatriz era, por decirlo de alguna manera, la protagonista, quedando mi perfil tan en segundo plano que ni se me reconocía. Le dije que no había problema por mi parte y que ya me contaría. 
Cuando se fue Tere me preguntó con la mirada: "nada, una foto de cuando estábamos en el insti, no tiene ninguna importancia y no sé por qué la elige para un concurso, no le va a interesar a nadie".
No sólo me extrañó que conservara aquella fotografía, sino que pensara en ella para presentarla en un concurso, debía ser importante para ella.
Y seguí trabajando como si un tsunami violento no me estuviera sacudiendo por dentro. 

Continuará. 
















2 comentarios:

  1. Pobre chico, su corazón no es de Tere, como lo llevará? Esperando el próximo capítulo 😘😘

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  2. Gracias por seguir leyéndome Astrid, es un placer. Besos.

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