jueves, 19 de junio de 2025

Mi otra yo. Capítulo 5.

 Mi padre no duró mucho. Cuando mi madre y yo llegamos a casa después del entierro, tomamos realmente consciencia de que él ya no volvería.
Mi sensación fue agridulce, saber que se habían acabado los gritos y que podía convivir con mi madre en perfecta armonía era liberador, pero también había una pena escondida a la que no le sabía poner nombre.
Me refugié como tantas veces en la escritura y dejándome fluir fui dejando sobre el papel recuerdos que había reprimido. Como mirando un álbum de fotos antiguas fue reviviendo momentos de mi primera niñez donde mi padre no era el monstruo, al contrario, lo recordaba dándome un plato de puré con delicadeza, poniéndome sobre sus hombros cuando en la calle algún perro grande me asustaba, haciéndome cosquillas, mimándome, queriéndome... Qué pena que años después el alcohol hubiera sacado su peor versión. A través de aquellos primeros recuerdos rescatados, me di cuenta de que me había querido y yo a él. Bolígrafo en mano salieron las lágrimas que hasta ese momento no me habían aliviado. 

Mi madre se quedó cobrando una pensión irrisoria y comenzó a deslomarse limpiando casas ajenas. Aunque no era mayor tenía artrosis y terminaba la jornada reventada. A mí me faltaba poco para tener el título de auxiliar de enfermería y esperaba encontrar pronto algún trabajo.
En los sitios donde hacía las prácticas era habitual ver corchos con papelitos: "se busca cuidador/cuidadora para persona mayor por las noches" o peticiones parecidas. 
Mi idea era encontrar para mi madre algo con unas condiciones favorables, hasta que yo tuviera trabajo y ella pudiera "retirarse", pero tenía que ser selectiva, mi madre no estaba para ocuparse de una persona encamada que le supusiera más desgaste físico. Estuve un par de semanas atenta, hasta que la hija de Rosario, una mujer mayor que iba a ser dada de alta en breve, me preguntó si conocía a alguien de confianza que cuidara a su madre por las noches. Rosario llevaba algún tiempo ingresada y era un encanto de persona y parecía haber cogido tecla conmigo.
La hija me explicó que necesitaba una persona que se quedara con su madre por las noches en semanas alternas. Rosario se manejaba físicamente, pero tenía principio de demencia y a veces le daba por levantarse y ponerse a trastear. Precisamente estaba ingresada porque una madrugada se había levantado y le había dado por subirse a unas escaleras para limpiar una lámpara. No se partió la cadera de milagro, pero tuvieron que operarla de un brazo.
Sabiendo que Rosario tenía buen carácter y que solo había que limitarse a volverla a acostar si se levantaba a media noche, me pareció un buen trabajo para mi madre. 
Ese fue su primer trabajo como cuidadora nocturna y la verdad es que todos estábamos contentos. Rosario y ella congeniaron bien, no era matador para mi madre, aunque no le hiciera gracia que yo me quedara sola en mi casa por las noches cuando a ella le tocaba trabajar.
Me dije que por primera vez podría escribir en mi casa sin esconder el falso archivador de apuntes, podría sentarme en la mesa del salón y ordenar mi folios y bolígrafos sin temor a que nadie me preguntara que hacía. 
Cuando llegó ese ansiado momento me quedé en blanco, sentí la mano fría al sostener el bolígrafo sin movimiento. ¿Qué me estaba pasando?
Sin la motivación de lo secreto, de lo íntimo y arcano, me volví árida, estéril. 
Las palabras escritas me negaron. 

Continuará.

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