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Cuando supe que estaba embarazada temí la reacción de Mario. ¿Y si lo que hasta hacía poco había pensado era cierto y el género masculino no era de fiar? ¿Y si Mario se sentía presionado y salía corriendo? Solo había una forma de saberlo y con todo el miedo del mundo le hablé de mi estado.
Él se sorprendió, claro, pero me dijo que aunque no hubiera sido un embarazo planeado, a él le hacía ilusión aunque tuviéramos que cambiar nuestros planes iniciales, él lo quería todo conmigo.
Me preguntó si me quería casar y le dije que no. Que la gente hablara por convertirme en madre soltera lo daba por hecho, pero no era lo importante. Lo de que de verdad pensaba es que no quería que Mario y yo nos casáramos obligados por las circunstancias, si con el tiempo lo decidíamos sería porque lo deseábamos, no por evitar el que dirán ajeno.
La siguiente persona en saber de mi embarazo, como no podía ser de otro modo, fue mi madre. Se lo dije con vergüenza, pero ella me abrazó emocionada: "mi niña, ya me puedo morir tranquila que sé que no vas a estar sola". Esas fueron sus palabras, luego preguntó si nos pensábamos casar y le dije que de momento no y me dio su consejo: "cásense aunque sea por lo civil, no tiene ni que enterarse nadie si no quieren, pero si le pasara algo a Mario, que tú y la criatura que esperas tengan los derechos legales de un matrimonio". Le respondí divertida:
-Mira que eres agorera, Mario es joven y está sano, ¿qué le va a pasar?
-Maribel, sabe más el diablo por viejo que por diablo. Por lo menos prométeme que lo vas a pensar.
Cuando los padres de Mario, que al igual que mi madre eran de mentalidad abierta, nos dieron el mismo consejo, Mario me dijo:
-¿Y si tienen razón? Ellos hablan por la experiencia que les ha dado la vida y al final se trata de firmar un papel. A mí no me importa, hago lo que tú digas, pero podríamos al menos pensarlo.
Al final accedí más por hacerle el gusto a nuestras familias que por otra cosa, pero Mario y yo estuvimos de acuerdo en que nada de gastar dinero en tinglados innecesarios.
Nos casamos un viernes en el ayuntamiento vestidos de calle, no hubo celebración ni luna de miel. De hecho Mario ni se cogió los días que le correspondían, teníamos que ahorrar como hormiguitas más que nunca pensando en el hijo o hija que esperábamos.
Mario y yo antes de la boda ya vivíamos bajo el mismo techo. Mi madre un día nos sentó y nos habló clarito:
-Ustedes querrán vivir juntos y en esta casa hay sitio, ya sé que ustedes preferirían vivir solos, pero si quieren reunir durante un tiempito tendrán que apretarse los cinturones. Me conocen y saben que no soy de meterme en donde no me llaman, no voy a ser una suegra pesada. Además, por el trabajo dos semanas al mes ni duermo aquí y tendrán la intimidad de saberse solos. Y luego lo de los turnos, los tres por nuestros trabajos hacemos noches, y no me gustaría, mi hija, que estando embarazada cuando estés de más tiempo te veas sola por las noches. Se lo piensan y decidan lo que decidan estaré de acuerdo.
Mario y yo lo hablamos y dijimos que por probar no perdíamos nada, si por lo que fuera la convivencia con mi madre no cuajaba, pues ya se iría viendo.
Con los años me di cuenta de que la vida, por desgracia, le daba la razón a mi madre.
Continuará.
Que bien que todo les va rodado, pero intuyo que la cosa no sera así. Besotes amiga 😘😘
ResponderEliminarPues a seguir leyendo querida a ver que sucede.
ResponderEliminarBesos Astrid.