Ir a capítulo anterior.
Todo iba saliendo según lo previsto y después de la baja médica no volví a pisar mi primer lugar de trabajo.
Nació mi hija Andrea, por suerte una niña sana que no dio mucha guerra, bueno, lo típico de los primeros meses que se convierten en un maratón de noches en vela y sustos si la criatura estornuda.
En casa estábamos todos locos con la niña y me dio pena incorporarme al nuevo trabajo, pero siendo padres, Mario y yo teníamos más claro que nunca que teníamos que reunir para darle una buena vida a nuestra hija.
Comencé en el centro de mayores donde trabajaba mi amiga y cuñada Fabiola con un sentimiento agridulce por tener que dejar en casa a Andrea, pero entre mi madre, Mario y yo, cubríamos sus cuidados sin tener que tirar de ayuda externa.
Según pisé aquella residencia, Fabiola me puso al día con el personal que era básicamente femenino: "Cuidado con fulanita que es una loba con piel de cordero, menganita es una trepa..."
Aún después de mala experiencia laboral con la antigua supervisora, me seguía asombrando que habiendo tanta gente buena trabajando, una sola manzana podrida estropeara el conjunto. Yo tenía 20 años, me quedaba mucho por aprender.
En casa iba todo bien, la idea era reunir en cinco años lo suficiente para poder comprar un taxi y la licencia pertinente para que Mario pudiera ganar más. La convivencia entre todos era tan buena, que dábamos por sentado que cuando compráramos una casa más grande mi madre se vendría con nosotros. Planeamos ser de nuevo padres pasados unos añitos.
En esa etapa de nuestras vidas procurábamos gastar solo en lo estrictamente necesario. No nos fuimos de vacaciones, nada de viajes, solo nos permitíamos algún gasto extra con Andrea, como llevarla a alguna actividad relacionada con su edad y que no supusiera un desembolso demasiado grande.
Mi madre nos animaba a que nos diéramos un capricho de vez en cuando, nos decía que nos fuéramos un fin de semana a algún sitio, incluso estaba encantada de quedarse con la nieta si quisiéramos una escapada solos sin la niña.
Pero Mario y yo estábamos tan empecinados con el plan previsto, que como mucho y de tarde en tarde, nos permitíamos ir al cine. Si hubiera sabido la razón que tenía mi madre, esos cinco años hubieran sido muy diferentes.
Desde que nació Andrea apenas me quedaba tiempo libre, así que cuando me tocaba turno de noche, dedicaba los ratitos que podía a estudiar para las oposiciones.
Echaba de menos mi escritura a escondidas, era como si me faltara algo, pero no me quedaba otra, tenía que priorizar. A veces escribía dentro de mi cabeza, imaginando un final para aquella especie de novela que había empezado. No era ni por asomo lo mismo, pero me decía que ya vendrían tiempos mejores.
Qué ingenua era y qué poco preparada estaba para lo que luego sucedió.
Continuará.
Uff me temo que va a pasar algo que le cambiará la vida por completo, pobrecita...un abrazo fuerte amiga 😘😘
ResponderEliminarYa empiezan a pasar cosas, a seguir leyendo amiga. Besos Astrid.
ResponderEliminar