jueves, 17 de julio de 2025

Mi otra yo. Capítulo 13.

 El primer año después del accidente fue el más duro para todos.
Gracias a mis suegros Andrea estuvo en buenas manos cuando yo trabajaba.  Lo cierto es que la niña fue el salvavidas que nos mantuvo a todos a flote. 
Nos hacían gracia sus juegos de enfermera, no había una muñeca que no tuviera una tirita o vendaje. A veces le decíamos que sería médica cuando fuera mayor, pero ella convencida decía que médica no, ella quería ser enfermera. 
La vida siguió con su ritmo, la niña crecía, mis suegros se hacían mayores, Fabiola se casó con su novio y aparentemente todo iba bien.
Pero no, yo no estaba bien, me daba miedo todo, si la niña se resfriaba me imaginaba el peor de los escenarios, siempre estaba en alerta, como si inconscientemente me estuviera preparando para que algo terrible volviera a suceder. Acudí de nuevo a Ana, la psicóloga, no podía seguir instalada en aquel sinvivir. Me hizo ver que tenía que cambiar el "chip" si no quería que mi hija viviera sometida a mis temores, y que al crecer pediría su espacio sin mi continua supervisión. Era lo normal y me tenía que ir preparando.
-Búscate algo que sea solo para ti, que te motive, sale, conoce gente nueva...
Lo de salir y conocer gente nueva ni me apetecía ni tenía tiempo, entre la niña, el trabajo y las oposiciones tenía cubierto el cupo diario de horas, pero retomar la escritura me llamaba. 
Me prometí que en cuanto me examinara para las oposiciones buscaría mis ratos para escribir. Había dejado el relato "mala sangre" empezado y me picaba la curiosidad, quería saber hasta donde me podía llevar mi imaginación. Releí lo escrito, y volví a sentir aquel gusanillo. A veces mientras hacía lo que fuera, me daba cuenta de que estaba absorta en mí misma, escribiendo dentro de mi cabeza. 

Después de aprobar las oposiciones conseguí plaza en un hospital de la seguridad social. Las condiciones laborales eran mejores que en el centro de mayores y podía volver a trabajar con pacientes de todas las edades. 
Ya no era tan ingenua y no me fiaba de nadie de entrada, iba a lo mío y esperaba ir conociendo poco a poco a las compañeras y compañeros, aquí si que tenía compañeros varones. A los pocos meses me di cuenta de que como en otros trabajos, siempre había alguien que se encargaba de esparcir gratuitamente el mal rollo. Y curiosamente, solía pertenecer al género femenino.
Echaba de menos trabajar con Fabiola. Laboralmente ella se sentía a gusto en el centro de mayores y en el plano personal estaba en tratamiento de fertilidad porque no lograba quedarse embarazada. 

Y mientras el mundo giraba como si tal cosa, mi hija Andrea se me hacía mayor.

Continuará. 


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