Después de haber enviado mis escritos a una editorial me reí de mí misma.
¿En qué cabeza cabía que mi novela le pudiera interesar a alguien? En el fondo no la mandé siguiendo un impulso, no, la idea de obtener un extra económico había sido una excusa infantil, lo que de verdad necesitaba saber es que mi escritura no le interesaría a nadie que no fuera yo misma.
Puse los pies en la tierra y me olvidé del asunto, tenía que centrarme en mi hija y su embarazo. Pedí turnos extras con la intención de ir guardando lo ganado y poderlo invertir en mi futuro nieto o nieta.
Andrea siguió con sus estudios como si no tuviera que enfrentarse a grandes cambios al convertirse en madre. Estaba tranquila.
Un día recibí una llamada telefónica y al contestar me habló un tal Fuentes. Se presentó como el director de la editorial a la que había enviado mi texto. Yo ni siquiera había puesto mi dirección y firmé solo con mis iniciales.
A su pregunta ¿eres la autora de "mala sangre"? respondí que sí. Me sorprendió con una carcajada fresca.
-Me has hecho ganar un donut de chocolate durante todo el mes. Sabía que eras mujer, mi mano derecha en la editorial opinaba lo contrario y le va a tocar pagar los donuts.
Luego me explicó que la persona que primero había leído mi borrador lo había puesto encima de la pila de los textos que tenía pendiente y le había aconsejado que lo leyera enseguida.
En su editorial normalmente se dedicaban a autores consagrados, pero había decidido hacer una excepción con mi libro. Quería publicarlo y que firmara con ellos un contrato de continuidad para futuras obras. Fuentes preguntó cuando podía pasar por su editorial para hablar personalmente del asunto, además, añadió, tenía a todo el personal revolucionado con "mala sangre", deseaban conocerme.
-No, no, yo no quiero hacerme pública, por eso no firmé con mi nombre.
-Bueno, ten una cita conmigo donde tú quieras y te llevo un contrato de confidencialidad que me obligará a no revelar tu identidad mientras tú lo quieras así. Te voy a ser sincero, en el buen sentido tu novela es una bomba de relojería y quiero detonarla yo. Contigo, por supuesto.
Por cierto me llamo Mario, si te parece bien te lo piensas y mañana te vuelvo a llamar.
Mario, se llamaba Mario, como mi marido, a pesar de ser un nombre de lo más normal, solo había conocido a Mario mi marido y ahora al editor, me pareció una señal. Y luego lo de los donuts, no me molestó que hicieran apuestas sobre mi sexo, al contrario, me hizo gracia, pero que el Mario editor, al que supuse con un nivel económico y social alto apostara por algo tan simple, me hizo pensar que era una persona sencilla. Lo de que mi libro había gustado lo aparqué por dentro, no me quería hacer ilusiones.
Cuando al día siguiente respondí al teléfono, le dije que sí.
Continuará.
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