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Mario y yo tuvimos nuestra primera cita en un restaurante.
Acudí nerviosa y me encontré con un hombre que rondaría los cincuenta años, bien vestido y aparentemente de trato fácil. Después de las oportunas presentaciones fue al grano.
Me explicó que se dedicaba a la editorial por su amor a la lectura, pero que tener que leer con ojos de editor, hacía que inspeccionara los libros susceptibles de ser editados con lupa, a la fuerza se tenía que fijar si eran buenos, malos, largos, cortos, pensar a que sector de lectores podía interesar y un largo etcétera de premisas que debía tener en cuenta, pero que con mi novela se había olvidado de su profesión y había recuperado sus ojos de lector. Habló de mi estilo fresco, de que no solo enganchaba por lo que decía, sino por como lo decía, en resumen, que estaba encantado con "mala sangre" y estaba dispuesto a publicar un libro de una escritora no conocida, aunque su editorial se dedicara a escritores consagrados.
Hizo hincapié en que cuando se publicaba un libro era muy importante promocionarlo, que los medios, la radio, la televisión, hicieran apetecible la lectura de esa obra, el primer empujón imprescindible para vender libros, que era lo que él hacía.
A mí me estaba viniendo grande todo lo que escuchaba y no sé que resorte íntimo rozó Mario, pero me desnudé emocionalmente delante de aquel desconocido como antes nunca había hecho.
Así le conté que yo era una persona sencilla que no había hecho ni el bachiller, que había empezado a escribir desde niña para evadirme de la agresividad de mi padre. Le describí mi vida anodina, mi carácter retraído, el poco espacio que ocupaba en el mundo. Solo sabía escribir a escondidas, era lo único que me hacía sentir con peso propio, lo único que me hacía especial ante mis propios ojos. No renunciaría a ese poder que me permitía sobrellevar la vida sencilla y de esfuerzos que me había tocado en suerte.
Mario después de escucharme atentamente quedó en silencio un buen rato. Bueno, me dije, al menos he conocido a alguien interesante y cuando hice el amago de despedirme, me pidió que esperara un poco más.
-Maribel, aunque vaya en contra de mis normas editoriales sigo queriendo publicarte. Es la primera vez que me enfrento a tu argumento, lo comprendo y lo respeto. Publicar con seudónimo es más que arriesgado, pero no sé, me estoy tomando esto como algo personal y no quiero que los lectores no puedan disfrutar de "mala sangre". Para que estés tranquila lo primero es hacer un contrato de confidencialidad en condiciones, si accedes publicamos tu novela y veremos que sucede. Hay que hacer una presentación del libro y en este caso yo, que soy la única persona que conoce tu identidad, tendré que ponerme al frente, si te parece bien, claro.
Luego escribió una cantidad en un papel que me dejó alucinada, me pareció un dineral, pero cuando me explicó que sería la mitad de mis honorarios hasta que el libro viera la luz, tuve que esforzarme por cerrar mi boca asombrada. Y luego lo que las ventas del libro dieran, un tanto por ciento que a poco que se vendiera era dinero.
A los pocos días nos volvimos a ver en la misma cafetería, yo no iba a dejarme ver en la editorial, una de mis condiciones.
Firmamos el contrato de confidencialidad y la cesión de mi libro para que se publicara.
La suerte estaba echada.
Continuará.
Qué emocionante!! Espero que le vaya de maravilla 😘😘
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