Lo que es estaba sucediendo me parecía tan extraordinario, que me obligué a bajarme de la nube y a poner los pies sobre la tierra.
¿Qué mi libro había gustado en una editorial? Vale, pero no me garantizaba que siguiera gustando una vez publicado. De momento tenía una cantidad de dinero que sin arreglarme la vida, venía como agüita de mayo para los gastos que se avecinaban.
No me gustó mentir, pero no me quedaba otra, así que le dije a Andrea que cuando mi madre murió dejó en su cartilla unas cuantas miles de pesetas. No era una cantidad grande y decidí dejarla a fondo fijo que fue añadiendo ganancias durante casi veinte años. Me inventé que ese tipo de cuentas ya no funcionaban igual y que el banco me había invitado a volver a invertir en otro tipo de fondos, pero que había decidido recuperar ese dinero.
A mi hija le dijeron que venía una niña, la iba a llamar Ariadna y como coincidía la inicial, cuando lo supe busqué unas toallas que mi madre había bordado con una "A" en su día para Andrea y lo mismo con una sabanitas. Las lavé y planché con mimo, pero aparte de eso, mi hija que ya estaba cerca de los siete meses de embarazo no tenía nada para su hija.
Me la llevé de compras, tómatelo como un regalo de la abuela, dije para justificar la procedencia del dinero. Compramos la cuna, el carrito, mantitas, sábanas, ropa, la bañera... Todo lo que la niña necesitaría en los primeros meses. Luego entramos en una tienda de informática y le dije a mi hija que eligiera un buen portátil, la tablet que utilizaba para sus estudios ya estaba pidiendo a gritos un relevo y para terminar le di una buena cantidad de dinero: compra lo que quieras para ti, aprovecha, que dentro de nada vas a tener otras prioridades, date un mimo, un capricho, lo que quieras, pero que sea solo para ti.
El día de compras me había dejado casi muerta, pero la alegría de mi hija compensó el cansancio.
Me sentí orgullosa de satisfacer las necesidades primeras de mi nieta con un dinero ganado con mi escritura, y todavía me quedaba, luego vendría la segunda entrega cuando se publicara el libro. Bien, me dije, por lo menos cuando Andrea tenga a su niña no tendré que hacer turnos dobles para sacar más dinero y podré echarle una mano, que falta le va a hacer.
Mario me llamaba de vez en cuando y me iba informando: cuanto faltaba para la publicación, en qué medios publicitarían mi novela... esas cosas y me animaba a seguir escribiendo.
-Maribel, tengo un pálpito que me dice que "mala sangre" se va a vender como rosquillas, mientras, mi consejo es: escribe, escribe, escribe. A veces pasa que cuando un autor o autora tiene éxito con su primer libro, sufre el "síndrome del impostor" y se bloquea. No dejes que te pase, escribe, escribe, escribe.
La tablet vieja de mi hija se había quedado sin uso, yo sabía lo básico, encenderla, buscar lo que fuera y poco más. En un buscador tecleé "síndrome del impostor" y lo leí detenidamente.
Decididamente, Mario estaba como una cabra, me daba demasiada importancia, su pálpito, como él lo llamaba, estaba errado. Pero ese pequeño gesto de usar la tablet me hizo ver que me gustaría aprender más de informática. Todo el mundo lo decía, los ordenadores eran el futuro.
Le dije a Andrea que me ayudara a aprender más cosas con su tablet, que pasó a ser mía, y a ratitos fui descubriendo lo rápido que podía escribir. Cuando estaba sola pasaba una especie de borrador que tenía manuscrito y que dentro de mi cabeza iba cogiendo forma de novela.
Mala hierba, todavía no estaba escrita de verdad y ya tenía el nombre. Me sentía feliz.
Continuará.
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