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Me incorporé al trabajo al mismo tiempo que se publicó mi segundo libro.
Me costó menos de lo que esperaba volver al ritmo del hospital que tan bien conocía; mi hija Andrea se ocupaba de la niña y entregaba curriculums en residencias de ancianos, en centros de discapacitados, en clínicas privadas... estaba deseando trabajar y por supuesto ya se había apuntado en las listas de los hospitales públicos. Había demanda en enfermería, no tendría que esperar mucho para que la llamaran de un sitio o de otro, pero yo le decía que no se apurara, me daba pena que Ariadna siendo tan pequeña tuviera que ir a una guardería. En esos primeros meses pudimos compaginarnos, le salían contratos temporales de mañana en algunos centros privados y yo había conseguido que durante una temporada no me cambiaran el turno de tarde, perfecto para que pudiéramos seguir cuidando a la niña.
En esos meses Mario me tuvo perfectamente informada, "Mala hierba" se estaba vendiendo y mucho.
Era evidente que la novela estaba gustando, mi hija en cuanto supo que había salido la compró y la devoró en pocos días. En el trabajo pasaba lo mismo, escuchaba al personal comentando el libro y según pude constatar gustaba por igual a la cardióloga que al celador.
Será que la gente sigue con el morbo de no conocer quién la escribió, me decía a mí misma, no me cabía en la cabeza que realmente hubiera sido capaz de escribir algo que gustara tanto. Cuando se lo decía a Mario se enfadaba conmigo.
-Maribel, el don de la escritura se tiene o no se tiene. Ni siquiera es algo que podamos atribuirnos como mérito propio, es algo innato. Y tú tienes ese don, le gustas a lectores de todas las edades y de diferentes extractos sociales, eso no se da normalmente con todos los escritores. Si dejaras de infravalorarte disfrutarías del éxito que no te atreves a mirar de frente. Tu anonimato ha servido para encender la curiosidad de la gente y eso vende, pero te tengo que recordar que no has hecho ningún tipo de publicidad que también vende, así que una cosa por la otra. Y mientras te decides a creer en ti, te digo lo de siempre: escribe, escribe, escribe.
Yo seguía en mi línea, alguna gracia tendría escribiendo, pero el burro había tocado la flauta dos veces, que se leyeran mis libros había sido una cuestión de suerte y punto.
Mientras, la gente seguía especulando sobre mi identidad y no sé por qué, querer saber si yo era un hombre o una mujer seguía llenando espacios en los medios.
Vale, me dije, me voy a probar, voy a cambiar de registro, daré un giro de ciento ochenta grados y el próximo libro no tratará sobre mujeres malísimas, también le pediré a Mario que desvele que soy una mujer, si no vendo como ahora sabré que mi "fama" es fruto de la suerte y de la curiosidad ajena.
En esos meses no había escrito nada, en el turno de tarde era imposible y mi nieta ya no era una bebé que durmiera tantas horas, sus demandas eran diferentes y por las mañana me gustaba sacarla a pasear y al parque. Y lo cierto es que escribir se había convertido en una necesidad vital, tendría que buscar la manera de ponerme a teclear con ganas, mientras, mi cabeza comenzó a crear una nueva historia.
Continuará.